Cacique Pucurú Chacho (Hacia 1900) |
Informe de A. Seelstrang, 1876.
exploradora enviada al Chaco en 1876 para
determinar el lugar donde debian fundarse los
asentamientos que sirvieran para asegurar el
dominio sobre esta zona, describió así a los
habitantes del Chaco anteriores a la fundación de
Resistencia.
ros montes de su país mudan silenciosamente de paradero,
apareciendo hoy en una parte como pacíficos mercaderes,
que rodeados de sus familias vienen a trocar los productos
del territorio que ocupan por las codiciadas mercancías del
negociante blanco: mientras que al día siguiente reunidos
en grupos de armados guerreros traen la muerte y el saqueo
a los mismos amigos de ayer; es sumamente difícil describir
en la parte referente a sus costumbres. y mas todavía
evaluar la cantidad numérica de los individuos.
procuran siempre sustraerse a su vigilancia, aunque el
terreno que frecuentan en sus correrías tenga sólo dos o tres
leguas de ex tensión; pregúntese a toda la población de una
aldea limítrofe con el desierto, que un tigre tenga sobre-
saltada por sus ataques nocturnos, cómo la tímida imagina-
ción de sus habitantes centuplica el número de sus enemi-
gos, y entonces se comprenderá la dificultad, por no decir
imposibilidad, de realizar con exactitud tal tarea; pues el
indio del Chaco es más andariego y receloso que la gama o
ñandú, y tan temido como los tigres, y por otra parte
abarca el terreno de sus hazañas un espacio como de 8.000
leguas superficiales; mientras la estimación que se hace de
su número se aumenta de una manera considerable por sus
frecuentes y repentinas depredaciones, que parecen por la
prontitud con que son ejecutadas tener lugar simultánea-
mente en distintas partes.
deran existir 80.000 almas en las distintas tribus que habi-
tan entre el Salado y él Bermejo; lo que daría por resultado
haber como 10.000 hombres de armas llevar y más o menos
10 individuos por legua cuadrada.
donas en la mínima cantidad de indígenas que la Comisión
ha tenido ocasión de conocer durante seis meses de trabajo
en toda la extensión de la costa; sin embargo, nos aseguran
que en las orillas del Bermejo, más arriba de la isla Ñacu-
rutú, es donde realmente pulula la indiada, y donde hay
caciques que pueden reunir hasta mil lanzas.
puede decir que los indios se han retirado de ella, alejados
sin duda no sólo por la actitud firme y decidida de los jefes
de nuestras fronteras, sino también disgustados de los con-
tínuos engaños y pillerías que demasiados cristianos se per-
miten con ellos. Si ahora aparecen en las cercanías es para
traer la muerte a alguna corta familia de obrajeros, sorpren-
diendo a sus víctimas tan repentinamente, y ejecutando su
obra de destrucción con tanta rapidez que aquel que por
ventura logra salvarse de sus manos por medio de la fuga,
por cierto en sus relaciones triplica el número de los malhe-
chores, tanto por el pánico de que está poseído, como por
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